Hermann Buhl, austriaco de 29 años es considerado como uno de los mejores escaladores de Europa y especializado en escaladas de velocidad en solitario. Tras sus conquistas en Europa Hermann recibe la noticia que siempre había estado esperando. Están organizando una expedición al Nanga Parbat y él será uno de sus miembros. El Jefe de esta expedición alemana era el doctor Karl Herrligkoffer, frente a la rigidez militar y a su inexperiencia en la montaña llevaba a uno de los mejores alpinistas de Europa. 

El equipo de alpinistas sale hacía el Nanga Parbat el 3 de julio de 1953. Tras un mes de trabajo aún no se ha alcanzado más que el campo IV, a 6.150 metros. Es finales de julio y los partes confirman la proximidad de un monzón. El jefe de la expedición Herrligkoffer ordena inmediatamente retirada debido a las fuertes nevadas y a las inestables condiciones meteorológicas, por lo que, el 30 de junio y sin haber llegado siquiera a la altura alcanzada en la expedición de 1932, pero al día siguiente, el tiempo volvió a mejorar y cuatro alpinistas (entre los que, por supuesto, estaba Hermann) desoyeron las órdenes. Buhl y Kempter instalaron el Campo V el 2 de julio.

El 30 de junio el tiempo mejora y el 2 de julio instalan campo IV en la arista este, a 6. 900 metros de altitud. Esa noche Kempter y Buhl deciden salir a la cumbre a las dos de la madrugada, pero solo partió a las dos de la madrugada Hermann, y Kempter, muy débil, no pudo seguirle. La escala se hace cada vez más exigente y el cansancio empieza a fastidiar. Buhl antepuso la montaña a todo lo demás, o mejor dicho, no hubo prácticamente nada más en su vida que montañas cada vez más exigentes.

Hermann se agotó y, al final al amanecer dejó la mochila, a pesar del agotamiento, reunió fuerzas y emprendió un tramo muy complicado. Continúa solo con la botella llena de infusión de coca, un puñado de píldoras de Pervitin (anfetaminas), el piolet, los bastones y la cámara para captar su momento maravilloso.

El Nanga Parbat, resultó ser una trampa. Treinta y un alpinistas se habían dejado ya la vida en el intento de ascenderlo, pero ninguno había conseguido hollar la cumbre. La "Diosa desnuda" era en 1953 un objetivo deseable para muchas naciones punteras y, con su leyenda bien forjada de "montaña asesina", parecía hecha a la medida de Hermann Buhl.

A las dos de la tarde entre la ante cima y la cumbre principal a 7.820 metros. La depresión, la sed y el hambre empezaron atormentar a Hermann que indeciso recurre al Pervitin y se toma dos tabletas para afrontar las últimas dificultades que tenía. Una tras otra las va superando para lograr su afán por intentar algo cada vez más difícil y a más altitud; cada dos por tres se desploma agotado, pero este no daría marcha atrás.

Aquí ya no impera más que el espíritu, que no piensa en otra cosa que subir. Su cuerpo hace ya mucho que no puede más… <<No puedo tenerme en pie, no soy el más que una ruina. Avanzo a gatas horizontalmente, cada vez más próximo el peñasco al que con temerosa expectación ansío llegar. ¿Qué hay más allá? Me llevo una grata sorpresa, es el punto más alto de la cumbre del Nanga Parbat… Son las siete de la tarde>>. En el mismo año, en otra parte de la cordillera del Himalaya, Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay alcanzan la cima del Everest, pero ayudándose de oxígeno. Era el primer hombre sobre la cima de la Nanga, viendo cómo se ponía el sol. Sin comer ni beber, sin saco ni ropa de abrigo, por encima de los 8.000 m. Increíblemente, sobrevivió. 

En su traumático descenso pierde un crampón. Busca un lugar para pasar la noche pero solo encuentra una pequeña repisa donde no se puede ni sentar. Cuando amanece retoma el descenso. Hermann Buhl tuvo que luchar por el descenso pero siente una sensación extraña. “Ya no estoy solo”, Hay un compañero que me protege, observa, asegura. Era un dislate pero la sensación de compañía que a muchos otros escaladores, han experimentado en situaciones límite y que les ha ayudado a sobrevivir.

Pasado del medio día recupera la mochila, tiene la garganta agrietada, echa espuma por la boca. Se cae y se queda dormido, pierde la noción del tiempo. Sabe que otra al raso no sobrevivirá. Convertido en un despojo humano y solo espoleado por la droga, sigue bajando hasta alcanzar por fin y 41 horas después de haber salido de allí llega al campamento V donde sus compañeros lo vieron en la Silla de Plata justo cuando abandonaban el Campo sin esperanzas de volver a verle vivo.

Sufrió congelaciones en un pie en el penoso descenso por los casi desmantelados capos de altura, por lo que tiempo después hubieron de amputarle dos dedos. Aun así, se atrevería a vencer cuatro años después otro 8.000, el Broad Peak. Hasta que, unas semanas después, en el intento de coronar el Chogolisa junto a Kurt Diemberger, una pequeña nube que cada vez más se hacía más grande, los envuelve, recubre la montaña y Hermann cae al abismo. 

Es imposible descender por ese precipicio y difícil llegar abajo, avisar a los compañeros, ir a buscarle desde la base de la montaña, pués así Herman desapareció en el abismo de las alturas de Chogolisa. Su última huella quedó allí arriba, entre las cornisas de la arista.